jueves, 27 de marzo de 2014

Quiet room

No tienen nada. Cuatro paredes sin ventanas. Iluminación de intensidad regulable. Unas cuantas sillas más o menos cómodas. Alguna alfombra tipo oriental. Son salas a disposición de los empleados con múltiple finalidad: relajarte, descansar, rezar.

Yo empecé a usarlas en mis embarazos. Tenía el sueño ligero y pasaba horas en vela. Luego por el día, moría de agotamiento y la restricción de cafeína no ayudaba nada.

En Goldman Sachs en realidad intentaba beneficiarme de los dormitorios. A nuestra disposición teníamos: cama, almohada, edredón y, por supuesto, un despertador que programaba 25 minutos después, y lo dejaba molestarme cada 5 más durante un ratillo. Como por las mañanas de entonces.

Al que piense que menuda jeta eso de irse a dormir en mitad de jornada, que recuerde que en UK no se hace pausa para comer.

Te subes al desk tu sándwich, tu curry, tu pasta, tu pizza, tu ensalada, tu hamburguesa, tu sushi, tu sopa, tu jacked potato, tus noodles. Hasta un pavo asado con su guarnición en Navidad. Lo que te dé la gana. La cantina de Goldman no tiene nada que envidiar al mejor buffet del Hilton. Pero sea lo que sea, te lo comes delante del ordenador, metido en una caja de poliestireno y con cubiertos de plástico, mientras sigues currando.

Como decía Mafalda, la vida moderna tiene más de moderna que de vida.

Los dormitorios, obviamente eran individuales, pero el quiet room no, así que cuando entras te puedes encontrar con alguien.

La primera vez había un tío postrado encima de una alfombra, mirando hacia la Meca, y concluyendo alguna de sus oraciones del día. Con un bombo descomunal, abrí la puerta, ví el panorama, y salí disculpándome por la intromisión, sin saber muy bien porqué. Si lo piensas, lo habitual es rezar acompañado. Pero yo iba a echar una cabezadita y como que no me sentía muy cómoda.

Ese cerramiento a cal y canto en un zulo que hacen llamar quiet room, y que mas bien parece un trastero oportunamente habilitado, hace que seas muy consciente de quien comparte oxígeno contigo. 

La segunda vez yo entraba con un libro y un compañero estaba durmiendo. Aunque compartimos habitación unos minutos más, que se hicieron eternos, ni yo pude leer ni creo que él durmiera. Pero los dos pretendimos que era muy normal estar allí encerrados y muy posible continuar a lo nuestro. Finalmente se fué y yo pude pasar páginas.

Y la última fue ayer.

La puerta tiene una mirilla para poder comprobar desde fuera si está siendo usada la sala. Entré pensando que estaba vacía y cuál fue mi sorpresa al ver una tía entubada en su traje de chaqueta/falda y tirada en el suelo echándose una siesta.

Musité una disculpa (por despertarla y por el susto, que casi le da un soponcio). Y pensé que una cosa era compartir quiet room y otra hacerlo en total oscuridad. 

- Te importa que encienda un poco?- pregunta retórica - o enciendo o no entro-, que ya estoy mayor para jugar a las tinieblas.

Enciendo. Ella se va un poco apurada.

Y yo pienso que no tengo ni idea si esto de los quiet rooms existe en España, pero que por si acaso escribo un post, que como experimento sociólogico no tiene precio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario