lunes, 10 de marzo de 2014

Va de cenas


E y yo somos de cenar en casa. Siempre nos ha gustado prepararnos algo con cariño, y celebrar las ocasiones especiales mano a mano en nuestro salón.

Con niños pequeños, no nos ha quedado más remedio que escapar si queríamos una cena tranquila, en la que la Rubia no nos quitara la comida o trepara por mi espalda hasta colocarse cómodamente enganchada a mi cuello, con una pierna cruzada por mi hombro, o similar. Que aquello mas que cenas, parecian partidas de Twister.

Ahora que han crecido, hemos retomado las celebraciones caseras, y salimos casi siempre con otras parejas. 

El viernes pasado, no supimos/quisimos desmarcarnos de un plan en un restaurante fantástico y terminamos celebrando nuestro décimo aniversario con la ONU: una india, una americana, una kiwi, y sus maridos: un galés, otro kiwi y un chino.

Yo creía que esa cena seria carne de blog, pero fíjate tú, que a parte del top transparente de la neozelandesa, que tenia a mi marido –sentado justo enfrente- despistadísimo, la cena transcurrió con poco que comentar.

Al principio pintaba muy bien, hasta que a alguien se le ocurrió la feliz idea de mover a las señoras a un lado de la mesa y colocar a los caballeros al otro. Creo que E lo agradeció, y a partir de ahí pudo cenar más tranquilo, pero nosotras tiramos de cliché a la hora de elegir conversación, y yo me empecé a aburrir un poco.

Al contrario ha pasado este fin de semana, que fuimos invitados al cumpleaños de un buen amigo, y sentados en una mesa predominantemente turca -pero diversificada de la mano de una dominicana, una peruana de ascendencia japonesa, una malasia/malaya, un donostiarra, o sea E, y una madrileña, o sea yo-, lo pasamos en grande.

El grupo se reunió en un restaurante vasco, que a pesar de las advertencias de la anfitriona, empezó a servir cerdo en todas sus variedades. Al principio, nuestros compañeros de mesa no le dieron mayor importancia, regaban con un Riberita las tablas de jamón que iban trayendo a la mesa, sin preocuparse demasiado. Debe ser que el jabugo, no cuenta como carne porcina... 

Pero llegaron las carrilleras: Presentación inmaculada, salsa dulce y sabrosa y guarnición excepcional del buen hacer del Norte. Pero cerdo.

Como nos veían disfrutar con aquello, el homenajeado se interesó por el plato.

-Son carrilleras, están buenísimas, pruébalas.
Él acercaba el tenedor a la fuente, comentando: -Ya sabéis que esto me va a costar una tiradita larga en el infierno, no?

Tras saborear el bocado, añadió: -De acuerdo, ha merecido la pena!!!

Echamos risas, aniquilamos convencionalismos, y pasó la cena volando. Y para guinda, nos volvimos a casa con una invitación a Estambul.

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