Zumba

Voy porque lo paso bien. Las canciones me transmiten energía y prefiero una hora de gimnasio con su merecida ducha relajante, tonificante e hidratante que una hora delante de mi ordenador. No hay dudas.

Pero he de confesar que también es una cura de humildad. Intentar seguir el ritmo de la monitora, que en la plenitud de su veintena, le echa unas ganas a la clase impensables para alguien con una docena de años mas, es harto difícil.

Con la competitividad que nos caracteriza a las mujeres, te dan ganas de batirte en retirada y dejarla dando brincos, para regocijo del único chico que frecuenta la clase. Un indio bastante valiente y sin complejos que se mete sin dudarlo en una clase plagada de féminas moviendo el culo. Confieso que cuando me lo he encontrado en la maquina de café, me ha dado un poco de apuro recordar las coreografías. Pero esas son las desventajas de acudir al gimnasio de tu banco.

Para buscar motivacion, intento mirar como se le da el tema a mis companeras de fatigas. Desgraciadamente a mi izquierda se suele colocar la brasileña de 1,80 y no ayuda. Lo hace mejor que la profe, que no puede evitar ser escocesa. A mi derecha, suele estar el espejo, asi que es peor. Si me veo, pueden pasar dos cosas, o que me deprima, o que me despiste.

Atraves del espejo frontal puedo ver a la sudafricana. La chica se pega unas palizas en el gym de cuidado, y tiene unos hombros y unos brazos, que ya quisiera el indio. La verdad es que los ritmos latinos no son lo suyo y aunque desprende energía, los restantes miembros de la clase, todas ellas procedentes del mismo continente, lo hacen bastante mejor. La sudafricana es buen coach, le echa ganas y no genera envidias, bueno, claro, menos para el indio, pero ese es otro tema.

Gracias a Zumba estoy mas o menos al día de los últimos éxitos discotequeros y es de agradecer. Me evita parecer una ancianilla, que solo salta a la pista cuando el DJ pincha algo de la era jurásica, que es lo que yo escuchaba cuando salia de copas.

No puedo esperar al lunes.