jueves, 15 de mayo de 2014

Por fin!

Aquí ando, de nuevo en el hospital, sintiéndome una persona afortunada, porque vengo a que por fin -POR FIN- me quiten la escayola!

Veo celadores llevando camillas de un lado para otro, y no puedo evitar pensar la suerte que yo tengo de venir por tonterías. Tonterías, que fuera de este contexto, han acaparado la atención de montones de personas que, con muchísima amabilidad se interesaban por mi brazo y me preguntaban cómo me había pasado, y de verdad que me hacían sentir el mismísimo Indiana Jones, contando mis batallitas.

El balance es positivo y gracias a mi escayola he tenido, montañas de atención, firmas y dibujos de colores de G y B, anécdotas divertidas que contar y tres visitas al hospital.

Aunque muchas personas odian los hospitales, personalmente me parecen lugares muy humanos, para lo bueno y para lo malo. Ademas, a los que vamos con pequeñeces, nos recuerdan lo afortunados que somos por no tener que afrontar el sufrimiento de muchos otros.

Me enternece ver personas mayores acompañadas por sus hijos y sobrinos, que les saben cuidar con paciencia y cariño. Verlos solos, sin embargo, me encoge el estomago. Cuando veo niños, es otra historia, lo que se me encoge es el alma, porque ver un niño sufrir es un tormento.

Pero ahí están todos y cuando cruzas el umbral hacia el interior del hospital, te das cuenta, en definitiva, de que es realmente lo importante en esta vida, y sobre todo que no es.

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