martes, 8 de abril de 2014

Ski

Hace años que mi marido me hizo el mejor marketing imaginable sobre las vacaciones blancas. Hay que ser astuto, pues viviendo hacia el norte de Europa, en invierno si tienes un presupuesto holgado para viajar, tiendes a dirigirte a zonas cálidas.

Cada año la misma sensación. Ahí estoy yo, totalmente equipada en lo alto de la montana con un reto a mis pies y preguntándome como, un año mas he sido tan torpe de dejarme engañar. Porque mi memoria prodigiosa borra el dolor y el miedo que paso en las pistas, para confundirme y presentarme unas vacaciones en la nieve como algo apetecible.

Creo que tiene que ver con imágenes creadas por mi mente soñadora de descensos en trineos, creación de muñecos de nieve y esquí en familia, que me confunden con la realidad.

Club Med facilita mucho nuestro día a día, quitándonos a los niños de en medio para devolvérnoslos unas cuatro horitas al día. Un lujo. Pero empiezo a sospechar que unas vacaciones en familia en las que padres e hijos van cada uno por su lado, y maridos y mujeres muchas veces también, tienen poco de vacaciones "en familia".

A mi todo esto me deja un poco desorientada y aturdida, tiendo a estar de mal humor, y yo, que soy de naturaleza alegre y afable, me convierto en una persona triste y cascarrabias con la que no me identifico y que parece poner a todo el mundo de los nervios.

Así que ya de vuelta en casa, hogar dulce hogar, aun dolorida por no pocas magulladuras y estragos que el complejo de Cenicienta ha creado en mi persona, intento desasirme del gremlin gris que desde hace unos días tengo parapetado en mi cabeza.

De momento vamos medio empatados.

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