Acabamos de pasar unos días en Escocia y de recuerdo mis hijos se han traído un par de juguetes: G, un dragón de goma y B, un Nessie de peluche.
Los compró el Jefe, que es como le llamamos a mi suegro, en la tienda de un castillo del Lago Ness.
La elección fue complicada, primero elegimos el peluche y, cuando ya estaba pagado y embolsado, llegó mi hija con un libro de Brave en sus manos. La Rubia había cambiado de opinión demasiado tarde, chafando la entrega del regalo un poco-mucho (como ella dice).
Menos mal que luego no ha parado de jugar con él. Hemos jugado con Nessie a un montón de cosas pero principalmente a que era nuestro bebé. A veces B era su hermana mayor y a veces su mama. Teniendo en cuenta que Nessie es un peluche verde con pinta de dragón amistoso y boina escocesa con su correspondiente pompón blanco, lo del instinto maternal/fraternal, no lo termino de entender, pero bueno.
Para G no encontrábamos gran cosa en la tienda. El Jefe le dijo que no se preocupara, que ya encontraríamos algo en otro lugar. Cuando nos íbamos, y siguiendo la premisa de que más vale pájaro en mano que ciento volando, decidió que se llevaba un dragón de goma.
El dragón y Nessie nos han acompañado todo el viaje, en el coche, en los restaurantes, por la noche, etc.
Estábamos montando en la barca que nos llevaría a través del Loch Lomond, cuando le pregunté a G si su dragón era escocés.
-No mami, es chino.
Y ya estaba yo pensando que maravilla de colegio, la cantidad de cultura que mis niños van asimilando, cuando se me ocurrió preguntarle:
-Y porque es chino?
-Mira mami, lo pone aquí, CHI-NA.
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