martes, 17 de junio de 2014

Bad hair day

Creo que no hay traducción literal al español. En inglés Bad Hair Day no sólo hace referencia a que tu pelo este indomable, sino mas bien uno de esos días en que todo se va torciendo con efecto dominó.

Obviamente la superficialidad de la connotación implica que ninguna de las cosas que te pasan son importantes, sino más bien inoportunas. Digamos que tu día está condenado a la adversidad, y desde el momento uno, véase, en el baño con tu peine, nada va a parecer salirte bien o como quieres o alineado con tus expectativas.

Para empezar sales a la calle con un pelo imposible y a partir de ahí un cumulo de despropósitos te va ir alegrando la jornada.

Y si, B tuvo ayer el primer Badhairday de su vida, en paralelo al de su madre.

Habíamos llegado la noche anterior de Madrid con dos horas de retraso. Fin de semana relámpago -con bautizo incorporado- que apenas nos dejo un segundo libre. Nos quedamos con la sensación de haber aterrizado, parpadear y encontrarnos de nuevo en el aeropuerto, esta vez de vuelta a casa.

Llegamos bastante tarde, los niños exhaustos, nosotros cansados, todo el mundo a todo correr a la cama y mañana será otro día!

Efectivamente, el despertador nos avisó y le ignoramos en equipo, pensando que teníamos el tiempo bajo control.

Y todo iba bien, hasta que Oh misterio! la bolsa de deportes de G no aparecía. Imprevisto matutino que desmonta mi ecuación mental de aproximación extrema al cálculo de minutos en los que puedo prepararme y prepararlos para salir de casa con todos los bártulos (y todos los niños) en dirección al colegio.

Escaneo la totalidad de la casa, que suerte que no es grande, para comprobar que, aunque me empeñe en abrir siete veces la misma puerta del mismo armario, Oh sorpresa! la dichosa bolsa no va a aparecer ahí!

Y el reloj: tic tac, tic tac...
Y mis nervios: tic tac, tic tac, booom!
Y mi marido: tu vete a la ducha que ya la busco yo!

Prueba no superada. Decidimos que no se va a acabar el mundo porque G no haga gimnasia. Total, tose un poco.

Y E sigue encargándose del resto de los quehaceres, incluido el pelo de mi hija, que aparece en el quicio de la puerta de casa, caracterizada de espantapájaros con horquilla. Lo de la horquilla en ese pelo, total. La obra de arte de mi marido es de un Llongueras trasnochado inigualable.

-Bueno, no importa, siempre va monísima y todo el mundo puede ir de vez en cuando con el pelo a lo loco y ... y mancha aun fresca de pasta de dientes en el jersey del cole. :(

Resignación. Al menos ella va con el equipo de gimnasia, no como su hermano. Uno de dos, algo es algo.

Salimos de casa, mi hijo en uniforme y tosiendo, el espantapájaros en chándal y la madre de las criaturas que ha cepillado su pelo hasta la altura del coletero. Por las prisas, se entiende.

Miro el reloj, y contemplo con satisfacción que no llegaremos tarde. Ole! Me voy creciendo y hasta les doy conversación -en plan maja- a los niños.

El espejismo de haber encauzado el día me dura hasta que llegamos al colegio, que Mrs. Fletcher mira a B horrorizada y me dice si no recordaba que HOY era la sesión de fotos de la clase.

- Upppsssss, lo siento, me he olvidado de traerla con el vestido del uniforme!
-No te preocupes por el vestido, pero por favor - y me mira implorando- puedes hacer algo con su pelo?

Desde luego esta vez me he superado! Me ahorro el disgusto y pienso que igual si hablo con el fotógrafo, podemos apañar el resultado tirando de photoshop, mientras me quito mi goma para ponérsela a B consiguiendo una espectacular coleta llena de bollos para ella y una melena de leona para mí.

Oe! Sólo me falta que aparezca el jardinero.

Nota: Por supuesto el equipo de gimnasia de G, nunca llego a casa el viernes, si no que se quedo olvidado en clase.

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